domingo, 24 de octubre de 2010

SUPLEMENTO DE ARTE Y CULTURA VARELENSE


 3 CUENTOS Y 1 RELATO PARA LEER Y DISFRUTAR


"EL AVIONCITO"


Un cuento de JULIO JORGE FARAONI

Pedía monedas por acá, por allá, siempre en la zona de la estación, siempre cerca del parque donde está la calesita; Andresito, de unos ocho años, morochito, de pelo duro y corto, mirada triste, que sólo se le endulzaba cuando con las monedas obtenidas esperaba que abriera la calesita y se compraba todas las vueltas que podía y no se bajaba hasta agotarlas.

Su lugar preferido, único, era el avioncito de chapa, pintado de color azul, vetas blancas y verdes, una estrella en la trompa, doble alas y volante para jugar a que manejaba por los aires como el mejor de los pilotos de las líneas aerocomerciales, o los oficiales de la aeronáutica que había visto una vez por la pantalla de la televisión en un comercio de la calle Monteagudo.

Últimamente se le había creado un pequeño problema, que lo preocupaba constantemente.

Un señor muy bien vestido aparecía en la calesita con un niño que calculaba era de su edad, bien vestido también, con zapatos como él nunca había tenido, pelo rubio enrulado, rellenito, rosadito; el señor, que no dudaba era su padre, sacaba una billetera lustrosa y compraba un montón de vueltas...

Allí comenzaba el problema, porque el calesitero que por lo general era un señor bastante amable, en ese momento se le acercaba y no de muy buena forma le decía:

-- Nene, correte para atrás... ¡hacé el favor! ...

Andresito, muy humildemente, cumplía con el pedido sin chistar y se sentaba justamente detrás del avioncito, único lugar vacío, y que se trataba de un pato descolorido, sin gracia, al que ningún otro chico quería subirse.

Desde esa posición observaba al gordito enrulado como giraba y giraba moviendo el volante de “su” querido avioncito, hasta que a él, se le terminaban los boletos y se tenía que marchar.

Subido al pato feo de la calesita, observaba que el niño rico cada tanto giraba la cabeza y lo miraba fijo a los ojos, lo que le pareció como un gesto de soberbia, de burla, de ser más, o más poderoso; el torcía humildemente la mirada hacia el costado y se consolaba viendo que otros pibes se apretaban al alambrado mirando desde afuera, sin la mínima posibilidad de dar alguna vuelta.

Un día juntó coraje y luego de que el niño lustroso le dedicara varias de aquellas miradas, sin más vueltas le dijo:

--¿Qué mirás?

-- Nada... nada... sólo pensaba como te llamarías... - le contestó de buenas maneras el gordito - eso... nada más...

-- Me llaman Andresito... y vivo en el barrio San Jorge; y vos ¿cómo te llamás?

-- Rodrigo... soy de acá... del centro... ese señor es mi papá...

-- Qué suerte tener un papá así... te trae, te compra un montón de vueltas, te acompaña, te espera y... te hace sentar en el mejor lugar de la calesita... - le comentó amablemente Andresito.

— Si... si... mi papá es muy bueno, y quiere que suba al avioncito porque dice que cuando yo sea grande quiere que sea piloto aerocomercial o un oficial aeronáutico, como los que se ven en las películas de la tele... pero... - y se calló apareciendo en su rosado rostro un gesto como de pesadumbre.

-- Pero... ¿qué?... - lo instó Andresito a que completara la frase.

-- Pero... pero no es éste, el lugar en el que prefiero sentarme...

--¡Cómo que no!... si es el que más les gusta a todos los chicos que vienen aquí... yo vengo antes de que abran para conseguir ocuparlo... ¡no te puedo creer!... - exclamó asombrado Andresito, y seguidamente preguntó:

-- Y se puede saber... ¿dónde te gusta sentarte más que sobre ése espléndido avioncito?...

-- Allí, sobre ése maravilloso pato... ¡justo donde siempre te sentás vos!

JULIO JORGE FARAONI

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"CIELITO DE LA CAROLINA"

un cuento de María Peña






¿Cuál es la medida de la pobreza? ¿Es acaso una cifra que sale publicada en los diarios?



Vengo a esta escuela a dar clases de teatro, tan alejada de donde vivo, tan diferente de todo lo que me circunda, negocios, calles, plazas, casas, vehículos, sonidos, colores, voces. Todo es distinto a lo que yo habito, transito, conozco, veo, escucho y siento y que he ido incorporando como propio a través del tiempo que me ha sido dado para ser vivido.

He llegado a la escuela de La Carolina porque el modelo neoliberal me ha expulsado de la empresa del Estado donde trabajaba.

He llegado pobre, muy pobre, porque con el salario de maestra no voy a poder pagar el alquiler, ni sostener a mi hija durante todo un mes. Tal vez llegue al día 15 o 20 según lleguen los servicios.

Bueno, algo se me va a ocurrir.

Tomo sesenta horas cátedras como maestra especial de teatro en Florencio Varela. Y me voy a “La Carolina”.

Ya es verano y hace tanto calor. Alguien me escupe. Miro a los treinta y ocho alumnos de segundo grado y sólo veo una cara redonda, morena, con ojos de fuego.

“¿Quién me escupió?”, digo gritando.

Silencio.

La cara redonda, morena, con ojos de fuego me sigue mirando.

Entonces, le pregunto a la cara redonda, morena, con ojos de fuego:

“¿Te gusta escupir? ¿Qué pasa si yo te escupo ahora a vos”

Y los ojos de fuego, en la cara redonda y morena, me contestan:

“Usted no es capaz de hacer eso”.

Es un desafío, a mí que he transgredido una y otra vez hasta casi sentir la sangre, hasta creer que ya no soy.

“¿No? ¿No soy capaz? ¿Y por qué?” pregunto desde mis 39 años a esos 8 años, allí sentado, con su cara redonda, morena y con ojos de fuego, ahora más de fuego que nunca porque me va a responder:

“Porque usted es maestra”



Maestra soy y por eso les digo a los niños que se saquen el guardapolvo para hacer la próxima actividad. Sólo algunos, felices por el calor, se los sacan, los otros, casi mudos y transpirados miran algún punto del espacio que no puedo ubicar.

“Que nos saquemos el guardapolvo para ir al patio”, digo.

Y la misma silenciosa respuesta.

“Entonces nos quedamos adentro”

Una clase, dos, tres. Siempre nos quedamos adentro.

Cuarto día. Salgamos al patio y hagamos lo que tenemos que hacer con guardapolvo, calor, sudor y todo.

Quiero trabajar con los cuerpos y el espacio.

Y hacemos figuras, estatuas vivientes, historias corporales.

Y de pronto los niños quieren jugar con mi cuerpo también.

“Venga maestra, tírese en el piso, que es agua, y usted un barco”

Pero si yo me tiro en el piso se van a ver los agujeros que tengo en los zapatos. Me niego.

“Vamos maestra, usted es el barco”

Hace tanto calor y toda esa agua que los niños han inventado, pero los agujeros de mis zapatos negros, con hebilla, de tacones se van a presentar sin pudor a la vista de todos. Como las ropas rotas o sucias que ellos ocultan debajo del guardapolvo.

Entonces me tiro al agua, soy el barco y cierro los ojos. Toman mis brazos, toman mis piernas, me balancean mientras me dejo llevar con los ojos cerrados. Soy un barco sin puerto, que navega en el ancho mar de las injusticias, del dolor, de la falsa moral, de la rabia. Y cuando abro mis ojos veo sus caritas sonrientes, divertidas por delante de un cielo azul, brillante, cielito de la carolina.



Es bajo ese cielo azul brillante de la carolina que escucho llorar a alguien. Lo busco y me encuentro detrás de un árbol a cara redonda, morena y con ojos de fuego. No me quiere decir lo que le pasa, esquiva mi caricia sobre su cabeza, llora, llora y gime. Entonces le digo que le voy a contar un secreto. Ahora sólo llora.

“Vos sos mi guanaco preferido”, le digo en el oído.

Y la cara redonda, morena, con ojos de fuego que dejan salir la última lágrima, me pregunta qué cosa es un guanaco. Y yo le cuento y le vuelvo a decir.

“No te olvides, sos mi guanaco preferido”.



Hagamos un partido de futbol. Como también voy a jugar, ustedes me explican el juego.

Las reglas de juego. Como en la vida social o institucional, hay reglas que cumplir, sino la sociedad se quiebra, la institución se desmorona.

Vamos a ver cómo funciona el futbol que jugaremos, porque ya conocemos las reglas y las respetaremos.

-Vamos, maestra, déle!

-Yo voy al arco.

-No, al arco voy yo, maestra.

-Voy al arco porque tengo zapatos de taco, ¿Ves?

-Está bien.

Qué buen partido, casi sin infracciones y me metieron sólo dos goles. Bueno, mañana nos vemos.

“Hasta mañana, maestra”

Pero mañana no vino Johnatan. ¿Por qué faltó Johnatan? ¿Alguien sabe por qué faltó Johnatan?

-Porque no tenía zapatillas para venir a la escuela.

-Ayer se le terminaron de romper jugando al futbol.

-Por eso él quería estar en el arco, maestra.



Como es fin de clases estamos casi todos contentos. La escuela tiene un movimiento diferente, los niños corren y juegan por todos lados, menos en el aula. Los maestros conversamos, barajamos y adivinamos nuestro futuro.

Una mano me toca casi el fin de la espalda. Me doy vuelta y veo una cara redonda, morena con ojos de fuego.

-Mi guanaco preferido.

-Usted va a venir a esta escuela el año que viene?

-Sí, voy a venir el año que viene-

Entonces la cara redonda, morena y con ojos de fuego se diluye, ahora son dos brazos que abrazan

-No sabe cuánto la voy a querer el año que viene, maestra.

MARIA PEÑA

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"EL VUELO DEL BARRILETE"

un cuento de Andrés Nievas


La historia comienza así: un niño sin nombre nace en una ciudad abandonada. No tiene nombre, vive en un país sin pasado, en un continente cargado de políticos corruptos y en un mundo que poco a poco se va muriendo.



El niño que no tiene nombre se despierta una mañana con una pregunta que lo persigue todo el día. ¿Qué importancia tienen los barriletes que vuelan en el cielo?



Se levanta lentamente de la cama, estira su cuerpo pequeño intentando sacarse un poco de modorra y va directo al baño. Cierra la puerta, levanta la tapa del inodoro, orina y luego se mira en el espejo. Se lava los dientes y vuelve a su habitación. Se sienta en la cama y se queda mirando el techo, como si se trasportara hacia otro lugar... hasta que siente que su madre lo llama a tomar el desayuno. No contesta; pero ante un grito más fuerte de su madre reacciona un poco aturdido y le responde que en un momento irá, que primero debe cambiarse. Cuando entra en la cocina, ve que su madre está hornenado unas galletas; la saluda con un beso y se sienta esperando su taza de leche y chocolate con una porción de torta. Su madre está en camisón, y el niño piensa que cuando está en casa, su madre jamás usa la ropa habitual de alguien que se levanta de dormir: siempre con su camisón rosa realiza las tareas del hogar desde la madrugada hasta la media mañana, cuando sale para hacer las compras, arreglada con ropa elegante, unos invisibles en el cabello y los labios pintados de un color muy suave. Cuando vuelve, cerca del mediodía, se pone de nuevo el camisón rosa y sigue con las actividades diarias de la casa.



En un momento su madre le pregunta qué estás pensando. Él responde que nada importante. Ella le dice “vos y tus ideas raras en esa cabecita loca... Apurate a desayunar que tenés que hacer las tareas de la escuela”. Él todavía un poco dormido le responde que no tiene tarea. La madre agrega “espero que me estés diciendo la verdad”. Sí, mamá. Su padre trabaja en una tienda que vende de todo un poco, empezó a trabajar de adolescente con unos amigos de su padre y lleva más de veinte años trabajando en el mismo lugar. El niño que no tiene nombre siente plena admiración por su padre: es una persona que nunca pierde la calma y siempre tiene la palabra indicada para cada momento. Después de desayunar, el niño se dirige a un cuartito que está en el fondo de la casa donde se guardan las cosas en desuso y las herramientas, y donde le gusta quedarse mucho tiempo porque ahí se siente en paz y nadie lo molesta. Empieza a hurgar un poco en los estantes y encuentra papel de color, unas cañas secas, varias bobinas de algodón. Y feliz por el hallazgo dice casi en silencio que este es su día de suerte y que empezará a descifrar y tener certezas y explicación para la pregunta que lo despertó esta mañana. Está seguro de que encontraría la verdadera repuesta y por fin sabrá cuál es la importancia que tenían los barriletes. Con la calma heredada de su padre empieza a cortar pedazos de caña con una navaja para formar el esqueleto del barrilete, que es su alma, y debe ser fuerte para que pueda resistir los embates del viento. Mide cada una de las cañas hasta que coinciden perfectamente, y después sigue con el papel. Elige uno de color verde fuerte, recorta cada unas de las partes y se da cuenta que le falta la tijera para cortarlo sin fallar y pegamento para fijarlo a las cañas y convertirlo en barrilete. Corriendo entra en su habitación y de la cartuchera de útiles saca una tijera. Con la misma prisa con que fue entró, vuelve a donde está construyendo su gran obra maestra. Luego de terminar su barrilete, se sienta en una silla que le habían regalado sus padres cuando iba al jardín de infantes y espera durante media hora hasta que se seque el papel. Luego hace los tiros que copia de una revista que sacó de un baúl, donde se explicaba que era fundamental esa acción para darle el equilibrio en el aire mediante el peso. Su madre lo llama a comer para después ir al colegio, y eso lo entristece un poco porque no podrá probar su creación hasta regresar de la escuela.



Entra en la casa, se lava las manos, y como todavía le quedan restos de pegamento, se refriega un poco más fuerte hasta dejar sus manos bien limpias. Va a la cocina y se sienta a comer. Su madre le preparó su plato preferido: milanesas con papas fritas. Ella le alcanza el guardapolvo blanco recién lavado y todavía tibio de la plancha y le advierte que le tiene que durar limpio toda la semana. El niño no dice nada; en su cabeza no existe otra cosa que no sea su invención reciente. Se pone la mochila, le da un beso a su madre y se va a la escuela caminando. A la media cuadra siente que algo le molesta en el bolsillo del guardapolvo. Mete la mano, saca una manzana y sonríe. Le da un mordisco y saborea la fruta. Al pasar por el puente lanza los resto al río. Al entrar al colegio se encuentra con sus compañeros y les pregunta qué opinan de los barriletes. El más fanfarrón le dice “mi papá compra barriletes en la tienda donde trabaja tu papá. No son buenos: nunca me duran más de un día”. El más flaco de la clase le dice “¡Vos sos de madera! No sabés ni siquiera hacer volar un barrilete”, lo que provoca un principio de discusión y por poco no se van a las manos. El niño les comenta que él hizo uno pero que todavía no sabe si resultará bien, pero siente que es algo que lo transporta del mundo, como si se fuera hacia otra galaxia. Sus amigos le dicen que ve mucha televisión, que no es para tanto. Pero a él toda la tarde le ronda en la cabeza la esperanza de que su barrilete sea un viaje fascinante como en los cuentos que le contaba su padre cuando era pequeño.



Cuando suena el timbre para irse a casa, va caminando lo más rápido posible y de a momentos corre. Llega a su casa, deja el guardapolvo en el respaldar de una silla y la mochila en un costado de la mesita del televisor. Su madre le sirve la merienda que él toma en un suspiro y se va derecho al fondo de la casa. Mira el barrilete con toda ilusión y se sube al techo. Son pasadas las seis de la tarde y corre una pequeña brisa, ideal para hacer volar barriletes. Así que casi sin esfuerzo, su creación trepa rápidamente por el cielo. El niño que no tiene nombre se sienta sobre una piedra y los dos son extensiones de cada uno. El niño siente un gran orgullo: es la primera vez que lo hace y mejor no podría haber resultado. Sin embargo, recuerda la triste discusión de sus compañeros causada por su pregunta. Pero está tan satisfecho con su barrilete que no le demanda demasiado tiempo olvidarse de la pelea. La gente no le da importancia a los barriletes que vuelan en el cielo porque no conoce la belleza de volar. Yo creo conocerla o me hago una idea, sueño.



Pasan varias horas hasta que el día poco a poco comienza a apagarse y el niño baja feliz del techo. Cuando entra en la cocina, encuentra a su padre que ya ha llegado del trabajo. Le da un beso, después un abrazo, y con lujo de detalles le cuenta de su barrilete. Su padre se ve reflejado en él y se emociona un poco.



Los días que siguieron, el niño repitió el acto de subirse al techo hasta que una tarde el viento fuerte llevó su barrilete contra la antena de un vecino. Se sintió un poco apenado por un instante, hasta que se dio cuenta de que había logrado su sueño: alejarse en el vuelo del barrilete…
 
 
ANDRES NIEVA


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"LA CHANCHITA"


Un relato de María Cristina Saborido


Le decíamos "La Chanchita", porque era una tren con solo tres vagones que venía de Haedo y que pasaba por la estación de José Mármol y nos llevaba a La Plata.

Nos llevaba y nos traía de regreso al anochecer.

Color crema y naranja , una combinación que distinguía a la "Chanchita"de los demás trenes que pasaban por la estación y que la hacían diferente.

Puntual, estrictamente puntual, la "Chanchita" nunca faltó a la cita que tenía con los usuarios y como pudo, los albergó bajo las sucias y descascaradas paredes en las que las pintadas y decoraciones de los artistas del pueblo la habían hecho especial .

Especial para nosotros que la esperábamos para viajar hasta la Plata o hasta los pueblos que recorría en ese su viaje por las vías del Ferrocarril Roca.

Sin luz y sin vidrios en las ventanillas que los usuarios cubríamos con papeles para zafar del frío del invierno especialmente en los amaneceres que muchas veces compartíamos con los maestros que trabajaban en Florencio Varela; en realidad, con las maestras porque subía en Mármol un solo maestro que llevaba el pelo atado con un piolín de los que se usan y usaban para envolver paquetes.

Era el bendito tu eres entre todas las mujeres y era el que llevaba el mate y el termo y el que funcionaba como líder de ese grupo de trabajadores de guardapolvo blanco.

Ahí viene la "Chanchita", (el que hacía de vigía).

Y como pajaritos en busca de las miguitas nos arremolinábamos cerca del andén para subirnos no bien la "Chanchita" se detenía y asomaba la cara regordeta del guarda con el que, de viajar siempre en el mismo horario habíamos llegado a tejer esos vínculos que únicamente se podían tejer en la "Chanchita".

Todo un personaje el guarda de la "Chanchita", un tipo fenomenal que se prendía a las mateadas mientras picaba boletos y nos ponía al tanto de los obreros ferroviarios que habían desaparecido durante la Dictadura militar en las distintas estaciones del Roca.

En Tolosa, en Lomas de Zamora, en Remedios de Escalada, en Lanús.

Viajar en "La Chanchita" era algo así como emprender una aventura hacia lo inesperado y lo no habitual que para nosotros ya era lo habitual, como matear, jugar al truco en la hora y media que duraba el viaje desde José Mármol a La Plata.

Historias de amor nacidas en los vagones de la "Chanchita" eran la moneda corriente.

O nacidas en las esperas antes de llegar a La Plata cuando, por esas cosas de la "Chanchita", teníamos que quedarnos en Gonnet o en Villa Elisa esperando no se que cosa que nunca supimos por que.

En esas cuestiones, el guarda que era un tipazo resultaba que era un turro que se había tragado la lengua.

El Tito y la Peque se habían enamorado esperando a la "Chanchita" cuando iban para la facultad y la Titi se había enloquecida de amor por el profesor de anatomía que, para "levantársela", le había contado el cuento del divorcio y la separación y que finalmente resultó un triste cuento del que la Titi tardó en reponerse cuando se enteró que el fulano era un caradura, un inmaduro don Juan que practicaba el deporte de la seducción.

El Pancho también había enloquecido de amor por una compañera del trabajo que subía en Villa Elisa y a raíz de este amor apasionado, no había forma de apartarlo de la ventanilla a la que se pegaba como estampilla a fin de que la Rosita lo viera cuando el tren se detenía en el andén de la estación.

El Pancho le escribía poemas a la Rosita porque el Pancho era un romántico, un enamorado del amor.

Amores clandestinos también nacieron en la "Chanchita"que prestaba sus vagones para disimular los encuentros que olían a trampa.

Como los amores del Jefe de la Susana con la mujer del Secretario de la Marta, que tenía un cargo importante en un Ministerio.

El subía primero, ella subía dos estaciones después.

Al llegar a La Plata se separaban.

El bajaba primero y se despedían con un beso como si fueran viejos conocidos.

Siempre viajando en la "Chanchita".

Estudiantes , maestras, profesores, empleados judiciales, asistentes sociales, obreros, trabajadores ferroviarios, empleados de los Ministerios, de la Corte de Justicia

Todos subidos en "La Chanchita" rumbo a La Plata en los amaneceres y atardeceres, y en los anocheceres que nos traían de regreso cansados, agotados, deseosos de llegar a casa para otra vez volver a reunirnos al otro día en la estación de José Mármol e iniciar la rutina.

Recordada rutina de estar mirando si la "Chanchita" asomaba su esqueleto anaranjado que puntualmente concurría a la cita con los usuarios para llevarlos en ese viaje a La Plata que se ha quedado pegado en mis recuerdos.

"La Chanchita", porque solo tenía tres vagones.

Y porque era algo así como una aventura hacia lo inesperado o hacia lo inhabitual o hacia el no saber si llegaríamos a destino

Hasta la Victoria Siempre

AMÉN.


MARIA CRISTINA SABORIDO

2 comentarios:

  1. MUCHAS GRACIAS, LUIS ALBERTO POR CREAR ESTE ESPACIO CULTURAL PARA EXPRESARNOS LOS ARTISTAS VARELENSES; FELICITACIONES A LOS QUE PARTICIPARON, Y LA RECOMENDACIÓN DE QUE ACCEDAN A LA PÁGINA WEB DEL CÍRCULO: www.clvarelense.wordpress.com Y SI LO DESEAN CONECTARSE A TRAVÉS DEL TELÉFONO DE LA ENTIDAD 4287-3863, QUE LES INFORMAREMOS DE COMO PODER PARTICIPAR ACTIVAMENTE DE ESTA ASOCIACIÓN.
    UN ABRAZO
    JULIO JORGE

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  2. ¡¡ESTUPENDO... MARAVILLOSO!!! Es sensacional que ceda un espacio en su prestiguiosa Revista a todos los artistas locales, que de esta manera podamos exponer las obras, ya que es muy dificil llegar al público si no es asi.
    Muchisimas Gracias Sr.Director Luis Alberto Garcia por tener tanta amabilidad con todos nosotros...
    Cordialmente
    Maria Irene Zarza
    Socia del CIRCULO LITERARIO VARELENCE

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